jueves, 21 de marzo de 2013

¿Es el Deporte una Escuela de Valores?


"(...) El deporte, en edad escolar, debería ser en todo momento formativo y educativo, no de alta competición o de alto rendimiento. En esta etapa, es decir, durante la iniciación deportiva, el propio deporte –sobre todo, los deportes de equipo- han de intentar educar, por encima de todas las cosas, en actitudes, valores y normas a los niños/as, además de dotarles de un aprendizaje de los elementos técnicos, tácticos, físicos y psicológicos propios del mismo.
El deporte no debería verse como un medio para conseguir el éxito personal y un endiosamiento de los deportistas de elite, sino que se debería ver simplemente, como el elemento que nos permita conseguir nuestra propia superación personal y, de esta manera, contribuir al enriquecimiento colectivo. Sobre todo, en las edades de formación, tendría que ser un vehículo para disfrutar y divertirse, aspectos que, desgraciadamente, no se dan en toda su plenitud a causa de la presión social existente.
Ante estas situaciones sociales, presentamos, como reflejo de nuestra reflexión, un fragmento de un artículo de la señora Anne Cheng (autora del libro Historia del pensamiento chino) en una entrevista concedida el día 19 de agosto del 2003 al diario La Vanguardia en su sección de "La Contra" realizada por Lluís Amiguet, donde manifestaba lo siguiente:
"(...) Aunque por naturaleza somos seres solidarios y sociales, el capitalismo convierte el egoísmo en único fin de nuestra existencia. Confucio, en cambio, sostiene que somos instrumentos de la armonía social. Sólo descubriremos el auténtico sentido en nuestras vidas si las ponemos al servicio de la comunidad. Cada uno de nosotros no es el fin, sino el medio".

Autor: Antonio Carrillo Ruiz (España)

miércoles, 20 de marzo de 2013

EDUCACIÓN. Aprender sí, pero ¿cómo?

Fuente: www.plazadedeportes.com
Gentileza Educaweb
Profa. Cora Amorin González. Uruguay
coraamorin@gmail.com

Aprender sí, pero ¿cómo? es el título de una obra de Philippe Meirieu; obra que ha sido reeditada 18 veces y traducida al italiano, al español, al árabe y al inglés.

En la contratapa del libro de este autor francés se puede leer: La vocación de la escuela es facilitar el aprendizaje. No hay duda, y todo el mundo lo acepta. Pero no es suficiente: el consenso es inútil sin el enunciado de los medios a utilizar. Philippe Meirieu prosigue en esta obra la reflexión iniciada en La escuela, modo de empleo , (Octaedro, 1997) centrándose esta vez específicamente en el acto de aprender. Denuncia cualquier planteamiento ilusorio y aporta ideas para que el enseñante pueda elaborar, regular y evaluar su actividad. Aborda a la vez la relación pedagógica, la racionalización didáctica y las estrategias individuales de aprendizaje. Muestra cómo dirigir la atención hacia estas tres dimensiones y así permite mantener el equilibrio ecológico del sistema de enseñanza . Situándose más allá del enfrentamiento entre teoría y práctica, esta obra constituye una referencia para todos los profesionales de la enseñanza .

Se vive en sociedades caracterizadas por procesos acelerados de cambio a niveles tecnológicos, económicos y sociales fundamentalmente. El mundo es cada vez más heterogéneo, por suerte, a pesar de que a primera vista pareciera que no hay modelos alternativos efectivos dada la globalización masiva que los medios de comunicación, particularmente Internet, producen. Se está inmerso en una cultura de lo diverso. El paradigma de la realidad muestra múltiples facetas así como diferentes modos de adaptación.

Como todos los seres humanos, los niños tienen una capacidad tremenda y una enorme capacidad de aprendizaje.

Aprender significa lograr un conducta que modifica la anterior; es ir avanzando en un proceso continuo de conocimiento; desde la comprensión hasta la aplicación. El aprendizaje es un cambio relativamente permanente del comportamiento debido a la experiencia pasada.

Para aprender hay estrategias que unas son más adecuadas que otras. Una estrategia es un proceso, una fusión de reglas que fortalecen competencias óptimas en cada momento; las estrategias implican diversas técnicas. Es posible definir las estrategias de aprendizaje como procesos de toma de decisiones (conscientes e intencionales) en los cuales el alumno elige y recupera, de manera coordinada, los conocimientos que necesita para cumplimentar una determinada demanda u objetivo, dependiendo de las características de la situación educativa en que se produce la acción.
Resumiendo son procedimientos que se aplican de modo controlado, dentro de un plan diseñado deliberadamente con el fin de conseguir una meta fijada. Utilizar una estrategia supone algo más que el conocimiento y la utilización de técnicas o tácticas en la resolución de una tarea determinada. Mucho sobre esto ya se ha escrito, basta con hacer un recorrido viajando por Internet y se obtiene al tema.

El conocimiento como acumulación de saber no es significativo, su valor radica en el uso que se haga del mismo, por tanto, las escuelas deben, con esta perspectiva, replantear los programas educativos desde el saber hacer a partir del desarrollo de competencias y de su aplicación a situaciones de la vida real.

Competencia es la capacidad de actuar de manera eficaz en un tipo definido de situación, capacidad que se apoya en conocimientos pero no se reduce a ellos(Philippe Perrenoud; Construir Competencias desde la Escuela 2002)

El aprendizaje se construye, reconstruye y se aplica en la resolución de problemas (aprendizaje significativo) y se concibe con una perspectiva de proceso abierto, flexible y permanente, lo que implica que existe la libertad de incorporar los avances de la cultura, la ciencia y la tecnología a los programas educativos en el momento en que éstos se están dando, con la finalidad de que los alumnos estén actualizados en su área disciplinar.

La base está en aprender a aprender y aprender a des-aprender para generar un acompañamiento a las nuevas conquistas y a los nuevos paradigmas. La oscilación entre la pertenencia y el extrañamiento está la apertura del aprendizaje.

En la experiencia de aprender haciendo los estudiantes aprenden mediante la práctica de hacer o ejecutar reflexivamente aquello en lo que buscan convertirse en expertos y se les ayuda a hacerlo así gracias a la mediación que ejercen sobre ellos otros prácticos reflexivos más experimentados, que usualmente son los profesores; pero pueden ser también compañeros de clase más avanzados (Díaz Barriga, Frida.2002)

Aprender sí, pero ¿qué? El desarrollo de una competencia, va más allá de la simple memorización o aplicación de conocimientos de forma instrumental en situaciones dadas. La competencia implica la comprensión y transferencia de los conocimientos a situaciones de la vida real, exige relacionar, interpretar, inferir, interpolar, inventar, aplicar; transferir los saberes a la resolución de problemas, intervenir en la realidad o actuar previendo la acción y sus contingencias. Es decir, reflexionar sobre la acción y saber actuar ante realidades imprevistas o contingentes.

Aprender técnicas o procedimientos es esencial. Dominar la indagación y la investigación es imprescindible para poder avanzar en lo cognitivo. Formular problemas, formular hipótesis y confrontarlas, ordenar de forma sistemática según criterios, destacar lo básico y clasificar son habilidades que subyacen el aprendizaje de contenidos. Cuanta más variedad de técnicas haya disponibles, más variados pueden ser las estrategias.

Aprender sí, pero ........ Aprender para saber. Todos los hombres tienen el deseo de saber manifiesta Aristóteles. El aprendizaje humano implica una amplia dimensión cognoscitiva, la cual es afectada por las expectativas, las relaciones percibidas, las imágenes mentales y otros fenómenos, factores que influyen en el modelamiento, como el éxito o el fracaso.

Concluyo este trabajo tomando como referencia al filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira quien escribió en 1908 un libro que llamó Moral para intelectuales y dice: ...la inmensa diferencia que existe entre estudiar para saber y estudiar para demostrar que se sabe. ..... El deber que voy a recomendarles pertenece a la clase de deberes no sólo fáciles, sino agradables. La vida del estudiante es infinitamente más grata para el que, además de preocuparse de estudiar en superficie, se preocupa también de estudiar en profundidad . (el subrayado es mío)

Estudiar para saber implica como lo marca Vaz Ferreira estudiar en profundidad, por ideas pedagógicas directrices de escalonamiento o de penetración. Y los consejos vazferreirianos para aprender son dos: formarse hábitos y leer libros (en los comienzos del siglo XX único medio para acceder a lo que otros estudiaron, pues como señala Paulo Freire: leer un libro es estudiar a quien estudiando lo escribió ).

lunes, 18 de marzo de 2013

2013- 8 de marzo- 2013

FELIZ DÍA DE LA MUJER

Esfuerzo y placer no se excluyen en el aula


Tradicionalmente, la educación adoptó los valores del primer capitalismo y privilegió el sacrificio presente a costa de una gratificación siempre futura. Hoy, en una cultura que habilita la satisfacción del deseo, los alumnos esperan otra cosa
Por Guillermina Tiramonti  | Para LA NACION

Desde hace ya muchos años los analistas culturales y sociólogos nos ilustran acerca de las modificaciones que en la cultura y las subjetividades de jóvenes y no tan jóvenes produce el desarrollo de las comunicaciones y del consumo. Según concluyen estos autores, hemos abandonado el conjunto de valores que caracterizaron a la primera etapa del capitalismo para adoptar otros más adecuados a la reproducción de la contemporaneidad. De la sociedad que hizo del deber un dogma y de la gratificación una promesa siempre postergada para el futuro, hemos pasado a otra que habilita la satisfacción del deseo y hace de lo placentero una exigencia de la cotidianidad.  Buena parte de los adultos, y aún más de los adultos educados, encuentran en este cambio un motivo de alarma y hasta de escándalo. No me propongo intervenir en esa disputa, y mucho menos tomar partido, sino describir una realidad. Estoy convencida de que no volveremos al pasado y de que es conveniente tratar de entender qué aguas dejamos atrás y a qué costas estamos arribando.
La escuela, institución estrella de la modernidad, moldeó la mente y los cuerpos de sus alumnos en el imperativo ilimitado de los deberes, las obligaciones y el sacrificio en el altar de la patria, la familia, la historia y el trabajo. Para ser coherentes con este patrón socializador, orientó su trabajo pedagógico al objetivo disciplinador: sólo se aprende con esfuerzo y sacrificio. Sobre la base de eso procedió a ignorar la curiosidad que en los niños despierta todo aquello que los rodea y organiza el mundo en que viven, para, una vez acallados, proporcionarles los saberes y conocimientos que dan respuesta a sus preguntas, ordenados en forma de disciplinas abstractas cuyos contenidos difícilmente puedan ser conectados con las curiosidades originales.
Por las mismas razones, la escuela antepuso las reglas y los complejos análisis gramaticales a la gratificación de hacer de la escritura un modo de expresión y comunicación de ideas, sentimientos y emociones. Este objetivo explica, además, el empecinamiento de transformar el estudio de la historia en una sucesión de fechas y acontecimientos incapaces de encarnar las pasiones y las luchas que han atravesado a la humanidad en todos los tiempos. ¿Cómo olvidar el aburrimiento infinito de la enumeración de accidentes geográficos o la imposibilidad de establecer algún vínculo entre la abstracción matemática y su aplicación cotidiana?
Así, la escuela transformó el aprendizaje en un ejercicio de disciplina y de obediencia a los mandatos escolares y familiares, y asoció el éxito del alumno a su capacidad de aceptar una trayectoria escolar despojada de curiosidades, pasiones, emociones, placeres y alegrías en la que sólo secundariamente se atiende a su comprensión del mundo y al desarrollo de las habilidades que se requieren para actuar en él.
La fábula infantil de la cigarra y las hormigas sintetizó magistralmente este mensaje: las hormiguitas trabajan todo el verano y el otoño para almacenar provisiones, mientras la cigarra se divierte cantando sin hacer ninguna previsión para el futuro. Llegado el invierno, las hormigas tienen su premio, ya que disponen de abundantes alimentos, mientras que la cigarra sufre el castigo de la privación por su irresponsable abandono al placer del canto.
La fábula construía una disociación insuperable entre placer y trabajo, entre satisfacción del deseo y posibilidades futuras. En definitiva, hacía suya la promesa religiosa del infierno (en este caso, consistente en el hambre y la necesidad que sufrirían las cigarras en el invierno) para quienes cometieran la osadía de optar por un presente placentero.
Quien suscribe, que aprendió tempranamente el papel de la hormiguita, ha visto que las cigarras cantan todo el año y no por eso deben mendigar y que sus hermanitas, al igual que ellas, están condenadas a un mandato que las obliga a una permanente postergación de la gratificación en el futuro y, lo que es aún peor, a la comprobación de cierta tendencia a asociar la satisfacción con el sacrificio.
Quienes investigamos la realidad escolar encontramos que, desde hace ya unos años, éste es un espacio en el que confluyen las enseñanzas de La Fontaine y el consiguiente culto sacrificial con prácticas destinadas a promover la gratificación y la satisfacción del deseo.
Las que predican el sacrificio están asociadas, en general, al dictado de las disciplinas del currículum establecido, a los docentes que han perdido, o nunca tuvieron, la pasión por enseñar o, lo que es peor, al discurso redentor que suele proyectarse sobre los chicos pobres, a los que sólo el sacrificio salvará de un destino delictivo. Las que habilitan el placer están presentes en múltiples actividades que se desarrollan en la escuela en forma de talleres y/o tareas extraprogramáticas. En ellas, los chicos se entusiasman con las más variadas propuestas: por ejemplo, la de escribir un guión, para el que deben realizar una investigación, imaginar una escena, redactar un texto e inventar personajes y diálogos.
Es difícil dar una explicación acabada a este fenómeno. Los docentes dicen que el secreto es que los talleres son una opción para los alumnos y que el currículum, en cambio, es una obligación. Y debe ser justamente esa habilitación al placer y el deseo de alumnos y docentes lo que construye la diferencia. Las notas de investigación no dan cuenta de invocaciones al sacrificio o al deber en este espacio alternativo. A diferencia de lo que sucede con la rutina curricular, allí se rompieron las disociaciones modernas, el aprender abandonó su ligazón con la obligación del programa, la exigencia de la prueba y el aprendizaje sin sentido, y se asoció al placer de construir un producto culturalmente valorado por los alumnos, en el que investigar y escribir adquiere el sentido de integrarse al diálogo de la cultura contemporánea.
Por supuesto, se trata de observaciones de investigación que ilustran sobre una situación frecuente en las escuelas, en las que es posible también identificar docentes que aun en el marco de una clase tradicional han logrado construir una relación placentera con el saber y la transmiten a sus alumnos, o instituciones que cultivan la reproducción virtuosa de una alianza entre deseo, esfuerzo, gratificación y logro.
En esta última lógica, creo que habrá que volver a pensar que es posible vincular esfuerzo y placer. Pero en otra ecuación, el esfuerzo tiene sentido en tanto lo que hago me resulta placentero. Es decir, es otro modo de vivir el esfuerzo. En los talleres, los chicos pueden pasar días trabajando, y con poco descanso, antes de una muestra o el armado de un video. Creo que lo importante aquí es el sentido de la tarea, y que no es necesario postergar la gratificación.
La cultura contemporánea no sólo ofrece nuevos lenguajes y soportes que desafían los modos tradicionales de enseñar y aprender, sino que está fabricando sujetos (alumnos y docentes) que exigen ser interpelados desde el deseo de enseñar y aprender. Ha llegado la hora de dar de baja a La Fontaine, y con él a las hormiguitas sacrificadas y a las cigarras que cantan sin sentido, para intentar recrear un espacio escolar donde se concilie el deseo con el aprendizaje y la pasión con la enseñanza.
© LA NACION